Con pesar vi pasar la mañana
llevándose a mi amor consigo,
pues no temía a la muerte
ella me dio castigo
¡Oh Muerte, dulce Muerte!
trae a mi amor conmigo,
madrecita dulce y bonita
tráelo a jugar conmigo.
A sus oídos llegaban
mis ruegos dolidos,
mas ¡Ay! sus oídos eran sordos
a los mortales sonidos
¡Muerte! madrecita mía
escuchame, en un grito
clamé misericordia a Vida
la madre del destino.
Y rogué día y noche,
para que a Muerte hablara Vida
que le hiciera escuchar
los ruegos que en mi boca había
-No puedo, dulce niña
devolverte a tu amado,
pues no tengo ya su alma
de poeta enamorado-
-pero quien le tiene madrecita-
grite yo desesperada
-Thanatos, mi esposo,
al inframundo le ha llevado-
un torrente de mi ojos
brotó cual alhelíes
y corría en su caudal,
hacia el mar desbocado.
-Madre, madrecita,
llévame entonces a su lado
mis ojos ya no tienen brillo
ni calor mis manos-
-En mis brazos te acurrucaré,
niña mía en mis brazos
y recibiremos juntas la mañana
eternamente jugando-.
Hilandra